Hubo un tiempo, en que estuvimos peleadas, y teníamos confrontaciones noche tras noche. Eras desesperante y tenía la certeza de que me odiabas.
Aún recuerdo aquella, tan silenciosa y tranquila, no se escuchaba el más leve murmullo, ya no había risas, ni charlas, ni música, o al menos eso pensaba... Solas estábamos tú y yo, no podía conciliar el sueño, parecía que querías que te hiciese compañía durante esa larga y dolorosamente oscura noche.
Pasaban lentas, angustiosas y tristes las horas mientras tu ignorabas mi llanto callado.
Y penaba recordando este verso que reza:
"Brota una madrugada de amargura
en el opaco mundo de mis ojos,
y recorro caminos entre abrojos
que me ofrece su extraña mordedura"
Pero ¿sabes? Concienciándome de que no debía temerte, te hice frente y ya no te tuve miedo. Me hice tu aliada sabiendo que si no querías, no me dejarías cerrar los ojos. Así, de este modo, querida Madrugada, nos hicimos compañeras, pero no amigas.
Me enseñaste el juego de la perspectiva, y pude mirar la calle de dos maneras: como una calle muerta y sin sentido, y como una calle alumbrada por la luz de las personas que como yo, no pueden dormir.
Observé pequeños detalles, como esos objetos que quedaron de determinada manera, abandonados por los que duermen ajenos a la vida de la noche. En contraste, inundando las horas indecentes de alegre chillerío descarado, los juerguistas disfrutaban de tu tiempo.
Y lo mas importante querida socia, es que me enseñaste a no desesperar en el insomnio. Y así, pasé a ser tu amiga y a quererte poquito a poco, de tal modo, que fuiste el mejor entorno para mi inspiración.
Qué consuelo para el alma fue aprender a ver bellas las madrugadas que un día me parecieron tormentosas.
Y en el salón mas maravilloso del mundo, el de la casa de mi abuela, con el balcón abierto dejando entrar la esencia de aquella banda sonora que dirigías tu, Madrugada, escribía oyendo la radio, pero sobretodo, soñaba.
Y me di cuenta, de que me equivoqué al pensar tontamente que me odiabas, cuando en realidad, mientras no te escuchaba, me decías cada noche incansable:
"La luna mientras duermes te acompaña
tiende su luz por tu cabello y frente
va del semblante al cuello y lentamente
cumbres y valles de tu seno baña". ("La durmiente")
Gracias infinitas por enseñarme a apreciar el olor de la noche
Rocío Pérez Conde
No hay comentarios:
Publicar un comentario